viernes, 14 de diciembre de 2007

Elizabeth Cerecer

Fatamorgana

“Después de largo rato de recorrer el desierto,
ya no lo vemos: vemos otro desierto
que se nos ha tatuado en el espíritu”
Gabriela Mistral



1
El desierto es más grande que todo.
Mayor incluso que la suma de sus granos.
Horizonte baldío, ondulante resumen de obsesiones
polvo en cascada que mana de la abierta herida
que es el tiempo del viento.
Su confín, si acaso, es nada:
apenas la frontera que marca otro infinito replicado.

Territorio sinfín de sílice y espectros
fragmentos de absorta eternidad ensimismada
como espejos de sí
sopa vidriada de reflejos que te observan
en esa imagen dual por sí multiplicada.

Salvaje travesía por la desolación
el desierto es lengua en reinvención
cristal de textos en que yacen profundos desamparos.
No vagan por él héroes que invoquen el misterio
(¿Qué objeto tiene sondar en el desierto?).
Es él el sordo que predica y ara:
Todo en mí es elusivo tiempo y continente
de fuerzas invisibles que me mueven.
Fatamorgana soy y soy rescoldo
vigilia antagonista objeto en fuga.
Desencuentro
espejismo
reverbero.

Bajo el erial de átomos hirvientes
aterrados, oscuros, soterrados
no se hunden los verbos en la misma arena.
Siempre será otra, diversa,
venida del confín próximo (que es nada)
la que inunde, seca, con sus ocres tonos
la médula del ser.
¿Qué ser nada en la nada del desierto?
¿Qué es ser nada en su ser?

(Eres tú el solitario, el que no encuentra;
nunca el desierto que se tiene a sí
y al régimen de luz en que se baña).

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