viernes, 14 de diciembre de 2007

Mario Montaño

Estás muerta
irremediablemente muerta
siempre tan inerte ante mi tacto,
perdida en el mundo de mis recuerdos
ante el muro esquelético
de mi sombra,
de mi existencia
Postrada ante los fantasmas
de mi infancia.
La noche cae sobre nosotros
y una barca nos dice adiós
desde el puerto,
se pierde el mar
que nos salpica todo su llanto
a miles de distancias de nosotros,
y desde el puerto decimos adiós
con nuestra forma tan peculiar de despedirnos.
Ya sólo somos un pequeño punto en la distancia
y cada vez más lejano.

Estás muerta
interminablemente muerta,
y te sienta tan bien ese vestidito negro
que descuelga tu belleza,
que te hace ser única.
El temor de saberme tan solo
hace que te llame a gritos
pero tus pasos amortajados
van en dirección opuesta,
algo nos ha iluminado el rostro
pero no podemos observarnos,
sólo dos sombras que se llaman en la oscuridad
y no terminan de alcanzarse.

Nos vamos sintiendo tan viejos
que nos recostamos a descansar en nuestra tumba
pero el cansancio es tal
que nos duelen los huesos y el alma
el sueño nos va llamando a gritos,
y es entonces que cerramos los ojos
cerramos el llanto,
cerramos la memoria,
cerramos el dolor de nuestras vidas
para no vernos nunca más.

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