sábado, 20 de octubre de 2007

Alejandra López Tirado

El titiritero


El titiritero observaba su obra en silencio, no había guión y los hilos eran invisibles. El títere se enredaba solo, imaginaba, esperaba y creía suspendido en el mundo irreal, el mundo, que creaba a partir de la nada, del silencio, de la no respuesta, del no compromiso.
El cuento era tan claro como un hoyo negro, sin dirección y con el único sentido de la realidad alterna, que el títere creía forjar. Nada y todo se confundían en el no espacio, en el no tiempo, en la no promesa.
Destino cruel, manipulador, que enredaba y desenredaba, lastimando, ¿Quién podía ser responsable? Los hilos se movían solos, el títere en la inercia se había dejado ir, nadie le dijo que se moviera, no hubo palabra escrita o hablada, que le diera derecho a pensar, sentir, creer, se movía solo, el titiritero sólo observaba, de vez en cuando jalaba un pequeño hilo de forma tan sutil, que era imposible notar su presencia en la historia.
Libre albedrío lapidado por la fuerza de la imaginación, fuerza motora que suspendía, elevaba y dejaba caer al títere dejándole profundas marcas, rasgando vestiduras y volviéndolo a llenar de ideas, ilusión, esperanza.
Era uno, eran dos, no eran nada, sólo el títere bailaba. Iba y regresaba solo a la nada y de la nada, ¿Le dijo alguna vez, que había historia? ¿Le mostró algún camino? ¿Acaso no fue claro cuando lo creo?
Nunca habló, jamás contestó, respiraba muy de cerca y su aliento daba vida, pero el fin no era fundirse en una historia con su títere. Saber que se tiene el control es lo único que vale para un buen titiritero, jala y suelta el hilo lastimando la madera, que pacientemente se hiere ocultando su dolor en la esperanza.
Una, dos, tres, cuatro marcas y el titiritero sigue observando en silencio, un día, sin más cortará los hilos y dejará caer al precipicio al títere que cree tener vida, en la basura junto a los deshechos anteriores se dará cuenta que no fue nada, que su madera fracturada no se repondrá, porque se ha secado.
Un día llegó la razón…
y el títere jaló el hilo, puso frente a sí al titiritero y en silencio desató los nudos, dio vuelta a los hilos, mostró su madera herida. El titiritero observaba en silencio.
Vida y muerte, entrega y ruptura. Cada hilo borraba un no camino dejando huella profunda; torcía y destorcía sentidos; hurgaba en el pasado vacío y por instantes se volvía poner a las órdenes del titiritero.
La historia estaba apunto de empezar o acabar, pero no más títere suspendido en la nada. El titiritero observaba en silencio, indiferente, marcando líneas en hojas amarillas, revisando los materiales de que estaba hecho aquel títere al que le había hecho creer que era único, especial e insustituible. En silencio encontraría la falla y en silencio volvería a ser dueño de los hilos.
Vacío atrás, vacío adelante, juego sin sentido, baile para uno solo, aliento de vida efímera, que llegaba dos segundos antes de la muerte. Los hilos se volvían a tensar y el títere volvía a creer. ¿Hasta dónde o hasta cuándo?
No había luz ni camino marcado, el titiritero observaba en silencio, sus manos inmóviles, calladas, imaginaban nuevos hilos y materiales, una nueva creación, una palabra nueva o desgastada, pero que sirviera a un nuevo plan.

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