sábado, 20 de octubre de 2007

Juan Pablo Rochín

Escafandra



Mi ánimo esperaba una señal de los cielos benditos a medida que el frío aumentaba, que disminuía mi visión en las profundidades del buque hundido frente a Balandra, a medida que la aguja del tanque cedía, que mi pierna sangraba atorada entre las vigas del galeón de finales de siglo, a medida que mi trofeo entre las manos parecía pesar cada vez más. No pude asir la luz de la superficie por más esfuerzos que hice por extender los dedos. La superficie, lejos de los tiburones que venteaban como se me escapa la luz, era toda belleza, satisfacción, esperanzas, tranquilidad, estudios sobre biología marina en la UABCS. Entonces me acordé de las celebraciones de fin de año y decidí experimentar con otros injertos en los invernaderos del abuelo al pie del Aconcagua.

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